El cementerio de Praga – Umberto Eco

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No es sencillo, al escribir, abordar temas que no tienen nada de novedoso y sin embargo lograr que el lector los sienta como recién estrenados. No es sencillo hacerle frente a la religión, a las instituciones proclamadas como ejes de toda civilización pasada y presente, a la psiquiatría, a la milicia, en fin, no es sencillo enfrentar creencias y pensamientos ortodoxos. En otros tiempos pretéritos un escritor que se atreviera a tanto sería lapidado o quemado en una hoguera.




Hoy por hoy tampoco es fácil, habida cuenta del poder de muchas de estas instituciones. Sin embargo, Umberto Eco lo logra y alcanza a salir indemne porque lo hace parapetado tras un claro sentido del humor expresado por medio de una fina ironía que convierte esta novela en una joya afiligranada de la literatura de todos los tiempos. Una joya que sin embargo pareciera escrita de manera sencilla lo cual no es casual sino una postura técnica que don Umberto, el mago de las letras, adquirió adrede para transmitirnos tantísimos temas en tan poco espacio como si conversáramos en una mesa de café y sin embargo, atrévanse a intentarlo, no es para nada sencillo.
El punto de vista elegido es la primera persona del protagonista de este periplo por varias etapas de la historia de humanidad contadas desde sus propias experiencias o desde las de su padre y abuelos. Esas experiencias transmitidas de generación en generación que adquieren, a fuerza de ser repetidas una y otra vez, el carácter de leyendas. Aunque no es de leyendas que la historia viene a hablarnos sino de una mirada distinta a aquella que la historia tiene sobre ciertos hechos, incluso desde un silencio adquirido sobre otros tantos, silencio que Umberto Eco se atreve a violar al hablarnos de hechos que difícilmente hallemos en los libro de historia convencionales. 
“El cementerio de Praga” es una novela que nos cuenta el origen de muchas estafas y algunos estafadores que aún hoy están aquí, entre nosotros… 
La historia se sitúa en marzo de 1897, en París. Desde las primeras páginas del libro se nos permite espiar a un hombre de sesenta y siete años que escribe sentado a una mesa, en una habitación adornada con extravagancia. Ese guiño de espiar al que luego será el narrador de la historia, es una de las claves para mantenernos pegados a la historia. Quién puede resistirse a espiar, claro, pero no se trata solamente de eso. Espiar acá se convierte en una complicidad entre autor y lector que establece no solo un pacto de complicidad sino la clave que explica el contenido de la historia. No olvidemos que acabo de contarles que muchos de los hechos de los cuales nos enteraremos no son parte de la Historia ortodoxa sino más bien acontecimientos que pueden parecer casi un chismerío, hechos de los cuales nos enteramos “espiando” la Historia. 
Conocemos así al capitán Simonini, un piamontés afincado en París que desde joven se dedica al noble oficio de falsificar documentos. Por razones que luego se verán, el hombre no recuerda bien quién es y, siguiendo los consejos de un tal doctor Freud, con quien solía compartir cenas en un restaurante de la ciudad hace ahora diez años, decide poner por escrito su vida. Empezamos por los recuerdos del abuelo, que lo crió. Ese era un hombre chapado a la antigua y fiel a la tradición monárquica, todo lo contrario que su hijo, un revolucionario que murió defendiendo causas de poca monta. Hasta acá los opuestos que se contradicen y que sin embargo permiten que la Historia se escriba así, desde miradas contrapuestas que lejos de excluirse se complementan. 
La obsesión del abuelo de Simonini eran los judíos, según él, la fuente de todos los males. El protagonista crece y empieza su carrera profesional de pasante de un notario amante de los negocios poco limpios. Pronto aprende y se entrena en su tarea de falsario, quedándose al final con el negocio del notario. Mientras tanto, en Italia desfila Garibaldi, el héroe por excelencia que recorre la bota italiana para liberar al país de los Borbones. El olfato de Simonini pronto lo convierte en espía y contraespía del gobierno italiano, y así aprendemos que Garibaldi y los suyos están al servicio de la masonería y del poder establecido. Y así “espiando”, aprendemos que la Historia se escribe a dos colores: el blanco que leemos en la escuela y el negro que agazapado espera que alguien de la talla de Eco lo saque a la luz. 
Más adelante Simonini deja Italia y se instala en París donde el poder francés solicita sus servicios para que falsifique todo tipo de documentos y, cómo no, para que espíe las actividades de los prusianos pero también de ciertos personajes influyentes de la política del país. Lo ayuda en esta tarea el Abate Della Piccola, personaje ambiguo, clérigo extravagante y “alter ego” de Simonini.
Claro que la historia no se cuenta sola y no se cuenta de una manera sencilla. La estructura narrativa de la obra es original y a su vez suma un inconveniente más para cualquier lector aficionado. No es que haya que ser un erudito para leer a Eco en “El cementerio de Praga” pero sí hay que estar prevenidos de que no es un libro convencional, como convencionales no son los datos que allí descubrimos. 
La técnica es cosa de eruditos y quién discute que Eco no lo sea. Ha elegido para narrar la alternancia entre tres narradores distintos. Un narrador en primera persona, Simonini, el protagonista, que padece lagunas de memoria y un desdoblamiento de la personalidad. El protagonista escribe su diario de recuerdos en el que ocasionalmente se introduce su alter ego el abate Dalla Piccola que representa su propia conciencia recriminatoria y es el otro narrador.  El tercer narrador podemos identificarlo con el propio escritor. Este último escribe en tercera persona para resumir y aclarar parte de los diarios y sobre todo este entrecruzamiento entre Simonini y su alter ego. En todo momento se muestra neutral respecto a las opiniones de los protagonistas y de esa ambigüedad ética surge la duda de que el autor pueda compartir o no el antisemitismo de sus personajes.

Lejos de una historia lineal y fácil de sobrellevar, “El cementerio de Praga” puede llegar a tornarse complicada al punto de aburrirnos, ¡miren lo que digo! ¡A cuánto me atrevo! Y lo digo porque son las sensaciones que me atravesaron durante las primeras páginas. Solo las primeras páginas, hasta que me di cuenta... Me di cuenta de que Umberto Eco no nos la iba a poner fácil con esta nueva novela. 
A la mejor manera de Borges cuando intenta confundirnos con datos reales y apócrifos, Umberto Eco intenta también que por nuestros medios investiguemos hasta dar con la verdad. ¿Será la que él nos cuenta sobre ciertos hechos? O, ¿será la verdad que los libros de Historia convencionales nos han contado desde siempre?




Confusa por la ambigüedad de las opiniones. Sin embargo, esta no es sino una postura del autor para presentarnos dos posibilidades y obligarnos a tomar partido por la que nos parece la más acertada o la real en medio de esa Historia de fantasía que cuentan algunos libros académicos. Entendemos entonces y justificamos técnicamente, esos dos puntos de vista (Simonini y su alter ego). 
Controvertida, porque como he señalado abre una ventana sobre muchos acontecimientos acercándoles una luz de verdad que puesta sobre el tapete mueve a confusión y a polémica. 
En definitiva, una historia que nos asombra o nos deslumbra, una historia que nos acerca y nos aleja de la Historia convencional, pero sobre todo, una historia que no nos deja indiferentes y nos obliga a pensar. 

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