¿Conoces a Louise Glück?

Para algunos una poeta feroz, con una voz que irrumpe desde adentro y llega al corazón de manera implacable. Para otros sutilmente oscura. Para la Academia sueca fue merecedora del Premio Nobel de Literatura 2020.

Reservada y reacia a dar entrevistas poco se sabe de ella. Louise Glück es estadounidense y es autora de once libros de poesía, entre los que se incluyen “Averno” y “Vita Nova”, por el que fue galardonada con el Premio de Poesía de The New Yorker. Con “El iris salvaje” obtuvo el Premio Pulitzer de poesía en 1993. Cuenta en su haber otros poemarios como: “Pradera”, “Ararat” que recibió el Premio Nacional de poesía Rebekah Johnson Bobbit, y “El triunfo de Aquiles” que recibió, entre otros, el National Book Critics Circle Award. Fue reconocida durante la administración Obama por la atención puesta en los temas de género.
También ha publicado una colección de ensayos, “Pruebas y teorías: ensayos sobre poesía” que ganó el PEN Martha Albrand Award for Nonfiction. En 2001 la Universidad de Yale concedió a Louise Glück su Bollingen Prize premio de poesía que concede de forma bienal a un poeta destacado por su obra. Entre otros galardones y honores se incluyen el Lannan Literary Award, el Sara Teasdale Memorial Prize, la Medalla al mérito del MIT y diferentes ayudas y becas a la creación de instituciones como la Guggenheim y la Rockefeller.
Ser artista, para la poeta estadounidense, implicó desde el principio renunciar a todo lo que no fuera arte. Renunciar al placer y centrarse en la creación, sin distracciones externas. Aprender a estar en lo más alto y en lo más bajo, según sus propias palabras: “Escribir hasta el mareo. Hasta la extenuación”.
Y el último 8 de octubre el jurado de la Academia sueca dijo que le otorgaba el máximo galardón: “Por su inconfundible voz poética que con austera belleza hace universal la existencia individual”. Al día siguiente la autora confesó en una entrevista al ‘New York Times’: “No estaba preparada para esto”.
De perfil bajo, muy amiga de sus amigos, el confinamiento la descentró y confiesa que no pudo escribir una sola palabra. En cuanto pudo regresó a sus viejas costumbres: cenas con amigos en las que cocinaba ella, visitas al café Nowa Prowincja y discreción. Y entonces volvió a la carga, volvió a escribir lo que Glück denomina: “…las alegrías y las luchas de la gente, que vienen al mundo y más tarde es obligada a marcharse”.

Su marido le decía que cuando salía de su estudio, después de haber escrito algo que ella consideraba bueno, tenía la misma mirada que tendría una monja tras una audiencia con el papa. Esa especie de conexión espiritual con lo supremo. Esa especie de iluminación. Cuando se lee a Louise Glück resulta imposible no entrar en la intensidad de su voluntad, esa energía, esa tenacidad que termina produciendo en nosotros una tensión agradable, una suavidad engañosa.
Y como para un poeta su mejor manera de darse a conocer es su obra, me llamaré a silencio y los dejo con algunos de sus poemas.

El iris salvaje

Al final del sufrimiento
me esperaba una puerta.

Escúchame bien: lo que llamas muerte
lo recuerdo.

Allá arriba, ruidos, ramas de un pino vacilante.
Y luego nada. El débil sol
temblando sobre la seca superficie.

Terrible sobrevivir
como conciencia,
sepultada en tierra oscura.

Luego todo se acaba: aquello que temías,
ser un alma y no poder hablar,
termina abruptamente. La tierra rígida
se inclina un poco, y lo que tomé por aves
se hunde como flechas en bajos arbustos.

Tú que no recuerdas
el paso de otro mundo, te digo
podría volver a hablar: lo que vuelve
del olvido vuelve
para encontrar una voz:

del centro de mi vida brotó
un fresco manantial, sombras azules
y profundas en celeste aguamarina.


La primera nieve

Como una niña, la tierra se va a dormir,
o al menos así dice el cuento.

Pero no estoy cansada, dice,
y la madre responde: Puede que tú no estés cansada pero yo sí.
Lo puedes ver en su rostro, todo el mundo puede.
Así que la nieve debe caer, el sueño debe venir.
Porque la madre está mortalmente harta de su vida
y necesita silencio.


Puesta de sol

En el mismo instante en que se pone el sol,
un granjero quema hojas secas.

No es nada, este fuego.
Es cosa pequeña, controlada,
como una familia gobernada por un dictador.

Aun así, cuando arde, el granjero desaparece;
es invisible desde el camino.

Comparados con el sol, aquí todos los fuegos
son breves, cosa de aficionados;
se acaban cuando se consumen las hojas.
Entonces reaparece el granjero, rastrillando cenizas.

Pero la muerte es real.

Como si el sol hubiera terminado lo que vino a hacer,
hubiera hecho crecer el campo y entonces
hubiera inspirado la quema de la tierra.

Así que ahora puede ponerse.


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