Vivimos en una distopía

Vivimos en un mundo distópico, sí, aunque el término parezca rebuscado la realidad no admite otra definición. Si pudiésemos mirar el mundo que nos rodea con los ojos de un Neandertal, si tan solo tuviésemos la mirada de la sociedad del siglo XVII o del XIX inclusive, la palabrita seguiría calzando a la perfección: el mundo es una distopía. Pero, empecemos por el principio. ¿Qué es una distopía?
Conocemos, o más o menos imaginamos lo que el término “Utopía” significa. Dice la RAE: Un plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación. En un sistema comunitario (agrupación de personas convivientes) es algo imposible de llevar a término dentro de los procesos que como sociedad conocemos.

Hasta acá el concepto de utopía, término controvertido sobre el cual seguramente cada uno de ustedes tendrá su idea formada.
Pero… ¿qué es una “Distopía”?
Si continuamos en el terreno de lo que sería una agrupación de personas convivientes, la distopía es una sociedad ficticia indeseable en sí misma. Las distopías a menudo se caracterizan por la deshumanización,​ los gobiernos tiránicos, los desastres ambientales​ u otras características asociadas con un declive apocalíptico en la sociedad.
En la literatura surgen como obras de advertencia, o como sátiras, que muestran las tendencias actuales extrapoladas en finales alarmantes.
Las sociedades distópicas aparecen como subgéneros, ligadas a varios géneros de ficción (el policial, la ciencia ficción, la fantasía etc.) y a menudo se utilizan para llamar la atención sobre la sociedad, el medio ambiente, la política y la economía, religión, psicología, ética, ciencia o tecnología. Algunos autores usan el término para referirse a sociedades existentes, muchas de las cuales son o han sido estados totalitarios o sociedades en un estado avanzado de colapso. No es un subgénero nuevo sino algo que ya viene de hace tiempo plasmándose en la literatura. Baste recordar novelas como: 1984 de George Orwell, Un mundo feliz de Aldous Huxley y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury.
Las novelas anteriormente citadas tienen ciertos rasgos en común: el miedo, la coacción y la falta de libertad. Otras características de este subgénero son la presencia del dolor y de la presión psicológica; la alienación del individuo, ya sea por adoctrinamiento o por el uso de drogas que le privan de la capacidad de sentir o emocionarse como sucede en Despierta de Lorena Pronsky que nos habla, de una manera honesta y visceral, sobre cómo superar los golpes de la vida: las pérdidas, el desamor y los miedos a los cuales se enfrenta un protagonista que puede abrir los ojos a la realidad como si despertara de un sueño y rebelarse ante su destino y el de los que le rodean.

Actualmente las distopías son uno de los subgéneros más leídos. Este tipo de libros triunfan y aun entre aquellos que no son grandes lectores, las historias convencen, atrapan con sagas de cuatro, cinco y hasta diez volúmenes. Sin embargo, el éxito de la distopía no es un fenómeno precisamente nuevo. Fue desplegándose a la luz de los traumas vividos a lo largo del siglo XX. Después de la primera Guerra Mundial, la distopía literaria comenzó a ganarle terreno muy rápido a la utopía, y al acabar la segunda Guerra Mundial acaparó todo el protagonismo y toda la atención. Los temas de los que se vale la distopía no han mutado mucho desde aquella época: el miedo colectivo a la energía atómica, la superpoblación, la ingeniería genética, la polución, los totalitarismos, un capitalismo despiadado. Ayer como hoy, las distopías dibujan futuros indeseables, espeluznantes, catastróficos. Pero, pese a ello, nos gustan. El éxito que tienen estas historias lo avalan sin lugar a dudas.
Entonces… ¿por qué leemos distopías? Y sobre todo ¿Por qué las necesitamos?
De lo anterior se despega la respuesta. Incluso cuando plasman un mundo peligroso o asfixiante, las distopías tienen un componente de evasión de nuestra realidad. Nos sirven para desconectar de nuestra propia distopía: de lo que vivimos en el presente.

El boom de la distopía no es casual en nuestros tiempos que por razones distintas que las del comienzo del siglo XX, también nos inserta en una sociedad alienada. Los que vivimos, son tiempos marcados por una atmósfera «catastrofista» y la distopía nos enseña a batallar contra el statu quo (lo que nos es impuesto y contra lo que no podemos luchar en nuestra realidad). Incluso nos enseña a resistir y a no perder la esperanza, a sublevarnos, aunque más no sea sublimando la idea de un cambio.
En casi dos años de pandemia (2020/21) que paradójicamente, se han convertido en los más surrealistas de nuestras vidas, no es casual que las distopías sean uno de los subgéneros con más adeptos y no solo en la literatura, sino en un sinfín de productos culturales como las series y las películas.
Leemos distopías porque de hecho puede haber mundos peores al mundo que nos fagocita y nos aniquila como seres humanos. En esos mundos peores al que nos toca vivir hasta podemos aliviarnos mintiéndonos, que no todo está mal, que podría ser peor.
Y a las pruebas me remito:

Empezamos esta lista con Horizonte de eventos de Balsam Karam que nos propone un planteamiento bastante radical: una rebelde será obligada a elegir entre la pena de muerte y el espacio exterior. ¿Qué harías, si fueras tú?

La novela además tiene una fuerte conexión con El cuento de la criada de Margaret Atwood donde un grupo de mujeres sobrevive desterrado y al margen de la ley. Una distopía en sí misma pero también un grito de rebelión de las mujeres y un llamado de atención para no caer en la repetición de regímenes despóticos que marcaron sangrientamente nuestro pasado. Una advertencia ante las consecuencias que conllevarían implementar estos mecanismos y un llamado de auxilio ante la necesidad de no repetir esas formas de autoritarismos rigurosos en la sociedad actual. Los testamentos es la continuación de El cuento de la criada, una historia que completa y enaltece el tratamiento del tema.

Los juegos del hambre es el primer libro de la trilogía homónima escrita por la autora estadounidense Suzanne Collins. La saga se completa con En llamas y Sinsajo. La historia transcurre en un período de tiempo futuro no identificado después de la destrucción de los países actuales de América del Norte, en un país ficticio llamado “Panem”. Aparecen temas como la pobreza extrema, el hambre, la opresión y las consecuencias de la guerra. La lucha por la supervivencia es el eje central que genera la acción, tanto como el control de un gobierno autoritario y la esperanza de una independencia personal y colectiva que recorre las páginas de los tres tomos.

Divergente, Insurgente, y Leal son los tres libros de esta trilogía escrita por Verónica Roth, que como en el caso anterior alcanzó la fama desde la pantalla grande. La historia se basa en una sociedad dividida en cinco facciones, cada una de ellas dedicada a cultivar una virtud concreta: Verdad (los sinceros), Abnegación (los altruistas), Osadía (los valientes), Cordialidad (los pacíficos) y Erudición (los inteligentes). En una ceremonia anual, todos los chicos de dieciséis años deben decidir a qué facción dedicarán el resto de sus vidas, el que no supere la prueba se quedará Sin Facción, convertido en un abandonado. Es una historia que muestra la realidad de la vida de algunos jóvenes dentro de sociedades controladoras.

Para los románticos las distopías también tienen su forma de expresión. Pares y Nones de Malorie Blackman plantea un mundo alternativo donde el amor puede salvarnos. En una atmósfera de prejuicios, injusticias e intrigas políticas, Sephy y Callum, los protagonistas, vivirán un amor contra todo y contra todos, con consecuencias tan trágicas como inesperadas. Pares y Nones es el primer libro de una serie distópica ambientada en Inglaterra en el siglo XXI donde la población está dividida por el color de la piel y por tanto, la raza marca el destino. Los pares, los ciudadanos negros, son ahora la élite de la sociedad y controlan a los nones, los ciudadanos blancos, la raza en desventaja, la raza inferior. Un contexto marcado por la injustica, por el racismo y por el dolor donde una historia de amor entre una par y un non puede marcar la diferencia en un mundo que lucha por mantenerlos separados. Malorie Blackman ha apelado a la sensibilidad para acercarnos un libro que nos hará reflexionar sobre los prejuicios, la violencia y la sociedad.

Evocando nuevamente El cuento de la criada y retomando la temática del rol de la mujer y el control de la natalidad aterrizamos en Relojes de sangre la novela de Leni Zumas que desde la ciencia ficción nos ayuda a reflexionar sobre una sociedad que, aunque distópica, está más cerca de nosotros de lo que pensamos. La historia nos ubica en Estados Unidos donde el aborto es, una vez más, ilegal. La fertilización in vitro está prohibida y una Enmienda de Humanidad da derecho a la vida, libertad y propiedad a todos los embriones. En un pequeño pueblo pesquero de Oregón, cinco mujeres navegarán a través de estas nuevas barreras acompañadas de las perpetuas preguntas sobre la maternidad, la identidad y la libertad.

Para el escritor y periodista Francesc Miralles, las distopías pueden servir a un precepto: el de enseñarnos a vivir con la incertidumbre y enfrentarse a ella. «De las distopías aprendemos acerca de la resiliencia; de la extraordinaria capacidad del ser humano para adaptarse a las circunstancias más adversas», opina.

Porque la seguridad no existe, porque el mundo puede darse vuelta de la noche a la mañana y llevarnos a límites insospechados, porque quizá no podamos huir de lo que lleva años gestándose. Por eso la literatura nos acerca como un espejo el reflejo de nuestro comportamiento, de nuestros deseos y esperanzas.

Porque vivimos en un mundo distópico leer distopías puede incluso, a futuro, salvarnos la vida.


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