Oh L’amour

La literatura es un arte que emplea como medio de expresión la palabra. Al menos así lo define la RAE. Leer nos eleva a un nivel intelectual y cuando mencionamos que somos asiduos lectores casi siempre nos imaginan con las gafas puestas y la cabeza metida en los libros. Y no están muy lejos de la verdad. Algunos no levantamos la cabeza en todo el día otros lo hacen más a menudo.

Lo cierto es que leer pareciera ser una actividad que nos convierte a la vista de muchos en eruditos, en sabios. Estimo que son calificativos demasiado pretensiosos, más bien diría que la lectura nos nutre emocional y, por supuesto, intelectualmente.

Ahora bien, cuando se nos pregunta qué géneros son nuestros preferidos, mientras mencionamos la novela histórica, los clásicos, la ciencia ficción o la fantasía épica, las caras de nuestros interlocutores denotan sus pensamientos: esta es de verdad una persona instruida. El intríngulis se presenta, cuando seguimos enumerando y les decimos que también nos apasionan las novelas románticas, las también denominadas novelas rosas. Y de golpe, sin entender muy bien porqué las caras cambian y perdemos el status de personas instruidas, entonces de eruditos pasamos a ser frívolos, superficiales y hasta sosos o triviales. La novela romántica no es literatura, dirán algunos; ese tipo de libros no cuentan como formación intelectual, dirán otros; no puedo considerarte culto si lees ese tipo de historias, señalarán los más numerosos.

Pero… ¿Por qué esta diferencia entre la literatura de verdad y la supuesta pseudo literatura? ¿Por qué las novelas románticas son consideradas un género menor, incluso banal y hasta vulgar? Es verdad que las portadas de algunos libros con hombres semidesnudos y mujeres en poses eróticas no ayudan en nada a reivindicar la novela romántica. Pero déjame señalar que en este caso es una cuestión de marketing mal dirigido por algunas editoriales que con ese tipo de portadas solo intentan vender más allá de la pasión lectora, intentan seducir por otros medios, apelando a la sexualidad como único recurso y finalidad de una novela romántica.

Voy a demostrarte que no es así. Si has tenido el valor de leer hasta acá, déjame también decirte que está muy lejos de la mayoría de las denominadas novelas rosas convertirse en novelas eróticas, vacías de todo contenido. No digo que no las haya, pero también existen ese tipo de historias (vacías) en el género de la novela histórica o de ciencia ficción, dramática o de fantasía, y en cualquier caso, lo cierto es que un árbol (o un par de árboles) no componen un bosque.

Veamos de verdad como se compone el bosque del género romántico y refutemos algunas de esas falsas creencias.

La literatura sentimental casi siempre está escrita por y para mujeres, y eso genera la falsa creencia de que su público tiene que estar compuesto necesariamente por el género femenino. Falso.
Puedo mencionarte miles de autoras, todas de alta calidad, que no piensan solo en las mujeres cuando escriben. Sus temáticas comprometidas desde lo histórico las rebelan como escritoras que pueden ser leídas tanto por mujeres como por hombres, tal es el ejemplo de Florencia Bonelli y Gloria Casañas, por mencionar solo un par.
Por otro lado también puedo hacerte una extensa lista de autores masculinos que saben de qué hablan cuando hablan de amor. Por ejemplo: Marc Levy y Nicolás Barreau, y puedo seguir. Ellos no escriben desde su masculinidad para la femineidad sino que simplemente escriben para el público en general.

Los hombres no leen literatura romántica. Si nos remitimos a este único género, las cifras nos demuestran que arrastra a miles y millones de lectores en el mundo entero, si bien las mujeres somos más no creo que ellas solas conformen el círculo de lectores que mueve este tipo de literatura, las mujeres son quizás esa cara más visible (en algunos casos hasta han montado un club de fans), por eso parecen conformar el total del público lector pero simplemente porque las mujeres no sienten vergüenza al decir que les gusta la novela romántica. Quizás sea una premisa atendible el hecho de que las mujeres leen más ficción que los hombres, y eso es cierto estadísticamente. Sin embargo, en la industria del libro (que mueve miles de millones de dólares), la novela romántica  representa el 23% del mercado de la ficción para adultos, entre los cuales hay muchos hombres a quienes les gustan las historias de romance solo que no lo reconocen públicamente, porque quieren evitar sospechas sobre su “masculinidad” sin embargo, igual que las mujeres, los hombres disfrutan con este género tanto como muchas mujeres disfrutan también de la novela policial, considerada como exclusiva de los hombres.
Generalizar no siempre es bueno y casi nunca nos acerca a la realidad.

Las novelas románticas hablan solo de relaciones de pareja. Desmitifiquemos esta falsa creencia de que el género desde el cual un escritor se expresa condiciona la temática. La mayoría de las veces el género no es sino una forma de catalogar historias y casi siempre ese género no es más que una excusa para hablar de otras cuestiones. Esto sucede con la novela policial sin ir más lejos. La repercusión de los libros de Claudia Piñeiro, por ejemplo, no fue debido a que los lectores se vuelcan cada vez más al género policial, sino porque algunos de sus títulos coincidieron con circunstancias culturales y sociales que llevan a mucha gente a leerlos. “Las viudas de los jueves” de Piñeiro retrata a las familias que viven su vida de lujo y falsedad detrás de los altos muros de un barrio cerrado que las protegen de posibles atacantes “pobres” que habitan en el barrio contiguo en una época en que vivir en un Country era la única manera de aislarse del delito. Todo esto sostenido por los entretelones de “un país que se desmorona”, social y económicamente hablando. No es solo “un policial”.
¿Y el género romántico? Te preguntarás. Basta la palabra de los mismos autores de lo que el formalismo del género denomina novelas románticas: Nuestros libros acercan a los lectores a la Historia pero desde otra mirada, afirma Gabriela Exilart, autora entre otros libros de: “Tormentas del pasado”, una historia que nos acerca a una Buenos Aires signada por la Revolución de Mayo que nos habla del sufrimiento de muchos que encuentran su contracara en los salones, fiestas y tertulias donde justamente se gesta la Revolución. Además hay una historia de amor que no solo nos habla de amor sino de la fuerza de hombres y mujeres en una época tan convulsionada.
Lo cual parece aseverar que: Todo lo que ocurre en el mundo, y todo lo que les ocurre a las mujeres o a las personas marginadas, ocurre en las páginas de la literatura romántica, según afirma la novelista Sarah MacLean, escritora de novelas románticas quien nos explica además que el romance no es solo puro entretenimiento, diseñado para ser disfrutado, sino que puede ampliar tu vida interior en el camino y mostrarte contextos actuales o pasados que pueden enriquecer tu conocimiento sobre historia, psicología y hasta sociología. Y estoy segura de que tanto a hombres como a mujeres les interesará ir un poco más allá de un par de besos o un encuentro íntimo con el otro, sea del sexo que fuere. Y a las pruebas me remito con un éxito que trasciende los años. “Lo que el viento se llevó” de Margaret Mitchell ha sido catalogado durante mucho tiempo como una convulsionada historia de amor, según algunos críticos un melodrama. Es cierto entre sus páginas hay una historia de amor pero no solo eso, y justamente “eso” que además tiene, desmitifica el rótulo de melodrama. La novela retrata el derrumbe de la sociedad sureña anterior a la Guerra de Secesión, asimismo ofrece mucha información histórica rigurosa sobre la Guerra de Secesión y la etapa de la postguerra, especialmente en lo que atañe al Estado de Georgia. La historia de amor es un condimento más que posibilita que, a través de los años, esta novela siga siendo un éxito de ventas.

Es posible que nos hayamos quedado con la idea de “novela rosa” al que se estaba acostumbrado a principios del siglo XX, cuando comenzó el auge de la novela romántica que, como su denominación indica, era eso, rosa, es decir, historias sentimentales, amables, con un punto muy acusado de ingenuidad casi infantil, de cuento de hadas, que se resolvían invariablemente en happy ends con boda incluida, historias donde ellos eran apuestos y valerosos y ellas bellísimas, dulces y sumisas. Por el otro lado es probable que muchos se hayan quedado quizás con la mala impresión de novelas como 50 sombras de Grey de E. L. James donde lo más importante es el sexo explícito a un nivel erótico que probablemente no sea del gusto de cualquiera. Lo cierto es que ya podemos despojarnos no solo de rótulos sino de falsas creencias.

Un contexto interesante, una mirada distinta sobre la historia, sobre la sociedad en que vivimos, los tormentos del individuo, las luchas que atraviesa en la búsqueda del amor y sus dificultades para adaptarse al mundo y la sociedad. Es lo que ofrecen muchas novelas románticas en las cuales el amor de pareja muchas veces es un pretexto para contar otros contenidos que nos ayudan a comprender la vida y sus vicisitudes y que no siempre que hablamos de amor, hablamos de sexo o poemas y cartas perfumadas, en fin que no todo son cursilerías empalagosas en este tipo de historias del género romántico.

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Libros en el artículo

  • Indias blancas – Florencia Bonelli
  • La vuelta del ranquel – Florencia Bonelli
  • La maestra de la laguna – Gloria V. Casañas
  • Los hijos de la libertad – Marc Levy
  • La sonrisa de las mujeres – Nicolas Barreau
  • Las viudas de los jueves – Claudia Pineiro
  • Tormentas Del Pasado – Gabriela Exilart
  • Lo que el viento se llevó – Margaret Mitchell
  • 50 sombras de Grey – E. L. James

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