Déjame que te cuente

Las luces del día se apagaron hace rato y ya es hora de dormir. Mañana hay que madrugar dirá la madre. Uno más mamá, por favor, reclamará el pequeño.
Había una vez…arrancará la historia.
El cansancio del día pesa y aquella historia contada a los apurones redime al padre de esas horas que estuvo ausente y habla del tiempo que ese hombre trata de recuperar en calidad ya que la cantidad no ha sido posible. Otro más papá, insiste la niña. Había una vez…imposible resistirse a otra historia.

Desde pequeños las conocemos, cuando las conocimos las necesitamos y enseguida las exigimos. Las historias, las leyendas, las anécdotas, los cuentos llenan nuestra infancia de magia, de monstruos, de hadas, de fantasmas, nos enseñan aquellas cosas que están bien y esas otras que están mal, nos permiten un sueño tranquilo o nos desvelan buscando otra más.
De grandes, cuando la vida se impone y cuando ya no necesitamos a papá ni a mamá leyéndonos un cuento, nosotros mismos nos convertimos en buscadores de historias, en contadores de cuentos. Y espero que así sea por los siglos de los siglos porque contar hechos reales o imaginarios, contar algo que nos ha sucedido o que hemos soñado o contar un cuento, es enseñar a expresar lo que nos sucede, lo que creamos, lo que inventamos. El mundo que nos pertenece, aquel que imaginamos, un mundo distinto o simplemente el mundo de todos los días y que el cuento, la narración ayuda a legitimar, a sobrellevar, a rechazar, a mejorar.
Narrar o contar es un mecanismo importante en el desarrollo lingüístico de todo ser humano. La narración se presenta, por tanto, como una situación comunicativa habitual y necesaria en la vida del niño porque a través de ella se establece un vínculo mayor entre las emociones y el mundo, entre la realidad y la fantasía, entre las palabras y la vida. Narrar es un acto que nos permite subliminar nuestro rol de seres humanos. Empezamos escuchando historias, luego las leemos, más tarde quizás nos convertimos en escritores y las contamos o simplemente nos convertimos en padres y transmitimos en ese acto de contar a los más pequeños, el acto de ser seres pensantes, de aprender a pensar.

La acción de contar o la de leer un cuento es posible porque no solo se trata de una acción, sino por lo que encierra ese acto: la historia. La historia con “h” minúscula que no es lo mismo que la Historia con “H” mayúscula. No voy a hablar de Historia que todos sabemos es el conjunto de hechos acontecidos en el pasado de la humanidad. La historia, así con “h” chiquita, es más poderosa de lo que aparenta.

Una historia es un relato narrativo de un acontecimiento o una secuencia de acontecimientos. Puede ser real o ficción. Una buena historia siempre tiene un elemento central que se relaciona con la vida real, aún si es ficción. Para que una historia sea atrayente debe contener emoción, personajes y detalles sensoriales, escenarios y sentimientos que realcen los simples hechos narrados. Estas son las razones de porqué una historia nos atrapa, nos arrastra a lo largo de su trama y entrega su mensaje poderosamente. Toda historia contiene un mensaje o muchos a veces en el caso de la novela que se asemeja más a la vida real que un cuento. Las historias nos acompañan desde pequeños y nacen como entidad en el momento en que ese cuento nos atrapa y como digo al principio, si esto ha sucedido, ese encantamiento no desaparece nunca. Desde esos cuentos a la hora de dormir pasando por las historias de la vida real de nuestros amigos y familiares y sumando los libros que leemos y las películas que vemos, en cada situación de vida, las historias nos acompañan siempre. Las historias están alrededor nuestro. Nuestras vidas son una colección de historias. Es decir que nosotros mismos somos una historia, con “h” pequeña y sin embargo una historia poderosa. La literatura está llena de historias con “h”, historias reales, imaginadas, las dos cosas a la vez, los escritores nos acercan libros cuyas historias son una melange de lo que han vivido, de lo que les han contado y de ese mundo que se han inventado.
No hay recetas fijas para una historia de ficción, pero hay diversos ingredientes que funcionan desde hace cientos de años.

¿Contar historias entonces es un arte? Sí, sin lugar a dudas, es el arte de narrar con el fin de captar una audiencia. El cuentista, el que escribe cuentos, transmite un mensaje, información y conocimientos de forma entretenida, el novelista hace exactamente lo mismo en un formato más extenso. Sus herramientas son las técnicas literarias y lenguaje no verbal, quizás eso lo hace un poco más complicado que contar un simple cuento a la hora de dormir.
Si una historia está bien contada, el lector la experimenta, la siente tal y cómo podría haber sucedido. Cuando solamente se narra lo que ha sucedido, cuando un autor resume los hechos, probablemente se entenderá qué ha sucedido, pero a la hora de contar historias, más que los hechos acaecidos, importa la experiencia que vive el lector al leer esos hechos, al meterse en la historia. Por eso, si un escritor nos narra una comida deliciosa, describiendo vívidamente los sabores y los olores, el lector lo olerá y saboreará. Si narra vívidamente acerca de ser atacado por una manada de lobos hambrientos aullando, y corre correr para salvar su vida, el lector corre con él.

Todo es cuestión de apelar a ese trocito de cerebro donde se encuentran los sentidos, despertarlos, activarlos, el resto es la inevitable consecuencia de vivir lo que leemos.
Así enunciado parece simple, a la hora de escribir no suele resultar tan sencillo. El escritor utiliza técnicas, utiliza herramientas de escritura que potencian esas sensaciones que además las dosifican de manera tal que todo luzca como si fuera real aunque lo estemos leyendo.
De esos condimentos están hechas las historias con “h” que nos acompañan a lo largo de nuestras vidas de lectores y que se suman a esas otras historias, las reales, las que vivimos. Y es que hay un hecho innegable: A vivir se aprende, a contar historias también. Un escritor no nace de la noche a la mañana, y aunque quizás haya nacido escritor y un río de tinta corra por sus venas, debe aprender a contar historias porque no solo se trata de la historia sino de cómo se la cuenta y de cómo llega al lector.

Las historias escritas nos completan, nos ratifican que somos reales y que otros seres, aunque sean de papel, pueden vivir historias parecidas a las nuestras o viceversa, nos asegura que cualquiera de nosotros puede vivir una de esas historias ficcionales que nos completarían.


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