La idea de escribir

A la hora de escribir una historia, lo primero que suele aparecer en la mente de un autor es la idea. Es posible que gire durante días o meses en la cabeza y que con el tiempo vaya decantando, forma parte de nuestros pensamientos despiertos y aún dormidos.
La idea llega a convertirse en una obsesión y entonces la única forma de exorcizarla es escribiendo. Puede ser que escribir una historia llegue a parecerte un viaje apocalíptico y hasta puede suceder que trates de convencerte que después de todo no es una idea tan buena. Y hasta llegarás a preguntarte: ¿cualquier idea puede transformase en una historia, en una novela? La respuesta a esa pregunta es .

La idea no te abandonará aunque intentes alejarte de ella, por eso es mejor abrazarla y seguir adelante. Ahora bien, toda idea puede transformase en un buen libro pero ojo: hay que saber contarla, hay que conocer la técnica, los secretos del arte más antiguo de la humanidad: la de contar historias. 
Para que esa idea que nos obsesiona deje de formar parte de nuestros desvelos, para que esa idea que nació sin saber muy bien cómo se transforme en la realidad palpable de un libro entre tus manos, es necesario tener en cuenta ciertos aspectos básicos.
Es difícil simplificar todo un bagaje de conocimientos previos que uno debe poseer para acometer la titánica tarea de escribir una novela. Como explico y repito en las clases de los cursos del Taller Literario, la tarea del escritor es titánica pero no por eso imposible. Por lo tanto, trataré en este artículo de resumirte lo indispensable.

Un protagonista principal:

El personaje de una novela, hombre, mujer, animal, objeto, etc. debe ser alguien / algo con el cual el lector pueda identificarse, al punto que sienta lo que él siente. El lector debe llegar a sentir la necesidad de que todo salga bien para el protagonista. El autor debe relatar parte de su historia, la parte más importante y permitir que los lectores encuentren situaciones de vida comunes a las propias y que puedan identificarse con el protagonista; no lo hagas perfecto o inmaculado, puede tener tantos defectos como cualquiera de nosotros.

Un antagonista:

En toda novela debe existir una situación de enfrentamiento. En todo enfrentamiento debe existir un opositor al personaje principal. Este puede ser tan malo y detestable como el autor lo desee o como la situación lo requiera, pero es necesario recordar que debe existir un motivo que lo lleva a oponerse. Un antagonista creíble, tiene también sus falencias y virtudes.

Un escenario:

La historia indefectiblemente transcurre en algún lugar y tiempo, es preciso describir el entorno; ofrecer detalles que, aunque fantásticos, brinden credibilidad. No describir todo en un sólo párrafo, sino a través de los personajes y en forma gradual.

Un conflicto:

La presencia de un conflicto es el motor que impulsará a los protagonistas durante el desarrollo de la historia, los personajes deben encontrar barreras a superar, sea a través de su ingenio o inteligencia, incluso en forma casual. Cada elemento que forme parte de la solución del conflicto, no puede aparecer mágicamente, debe ser insinuado o descrito en parte antes de llegar a ser usado.

Una resolución:

Indefectiblemente debe existir una solución o final de la historia, si bien este puede quedar abierto a segundas partes, no termines una historia sin un fin aunque más no sea provisorio. Todos los lectores esperan un final, puede que les guste o no, pero debe existir uno.

Un lenguaje real:

Los personajes pueden respetar un modo correspondiente a una época, pero su lenguaje en los diálogos debe ser lo más natural posible.

Un desarrollo equilibrado:

Intenta que tu relato tenga un inicio, un desarrollo y un final que mantengan el interés del lector, si bien es inevitable que en ocasiones la trama se torne algo tediosa, evita que este efecto se prolongue demasiado o se torne tan enrevesado que sea difícil de entender.

Evitar los falsos inicios:

El comienzo de una historia no puede arrancar en un suceso que durante el desarrollo carece de continuidad, en algún momento deberás hacer referencia al mismo o a sus consecuencias, caso contrario queda como un agregado descolgado de la trama principal.

Fluidez en las transiciones:

Cuando un relato requiere cambiar de escenario para luego retornar, es preciso hacerlo de manera clara, si bien se pueden dejar abiertos interrogantes como una instancia de misterio, es menester retomar esos interrogantes, resolverlos, volver siempre a esa incógnita que había quedado abierta. Evitar los saltos que puedan llevar al lector a perderse dentro del texto y si se recurren a saltos temporales o espaciales, no escatimar los introductores de tiempo y espacio que sitúen o re-sitúen al lector. Un lector perdido en un tiempo o en un espacio dentro de la lectura es un lector que no llegará nunca a comprender qué le pasa al protagonista y por ende no llegará nunca a lograrse esa empatía lector-personaje de la que hablábamos.

Al imaginar a un autor escribiendo una novela puede que nuestra mente fantasee con alguien rodeado de libros para investigar, de documentos ya investigados, de papeles y más papeles que revolotean a su alrededor tratando de que ese ser con un lápiz en la mano o sentado frente a un teclado le ponga orden a todo aquello.
Ahora bien, imaginemos que ese autor somos nosotros mismos, imaginemos, porque además es cierto, que dar forma a una novela es organizar un sinfín de información que suele estar en documentos, en libros y en el peor de los casos en nuestra mente misma.
¿Por qué en el peor de los casos? Porque sin duda no hay nada más difícil para un escritor que organizar su propia mente, que darle forma concreta a esa idea, a esa obsesión. Y es la mejor manera de apagar ese incendio interior que una simple idea prendió dentro de nosotros.

Escribir es exorcizar, darle forma a los fantasmas y separarlos de nuestro interior. Escribir es liberarse para poder seguir respirando, y si como dijo alguna vez Samuel Beckett “Las palabras son todo lo que tenemos” aunque la tarea sea titánica y el camino incierto, vale la pena acometer el viaje.

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