Teoría del iceberg

Cuando una historia parece flotar y no se hunde, cuando en apariencia va a la deriva y sin embargo apunta hacia un puerto seguro. Cuando lo incierto se apodera de la historia, cuando debajo de las capas visibles se esconde algo más. Cuando como lectores hemos sido atrapados, nunca engañados sino conducidos hábilmente con una técnica extraordinaria, entonces es cuando nos preguntamos ¿Cómo demonios lo hizo?

Porque resulta que a pesar de toda incertidumbre, la historia nos sorprende llegando a ese puerto seguro, “el desenlace”, y encima hemos llegado flotando, sin esfuerzo y disfrutando. Es en ese momento cuando comprobamos que en ese desenlace lo incierto se hace evidente, se descorre el velo y nos damos de bruces con lo escondido. Caramba…, así lo ha logrado, es la respuesta: hablando de lo evidente sin mencionarlo, mostrando lo trascendental de la historia sin explicarlo.

Si eso nos sucede, una vez que podamos cerrar la boca luego del asombro, no le demos más vueltas: estamos frente a la teoría del iceberg, que gracias a un nobel de literatura se ha convertido en un recurso de excelencia, la técnica de escritura que debemos abrazar nosotros, esos aprendices de escritores que queremos llegar a ser grandes.

Y es que el maestro ha sido Hemingway, con un estilo mesurado y sobrio sin llegar a ser insípido, con un manejo de las descripciones que no atormentan al lector sino que lo ayudan a flotar, y sobre todo con un manejo de la información digno de un prestidigitador. Me dirán que no es fácil, es verdad, me dirán que se necesitan años de práctica, es cierto, me dirán que nunca lo conseguirán, es falso.
Con práctica y persistencia todo se consigue, incluso dominar la técnica del iceberg. Si me siguen en la lectura quizás juntos descubramos algunos secretos para, por lo menos, intentarlo.

Para empezar, la técnica del iceberg no se centra en finales sorpresa, sino que los elabora minuciosamente a lo largo del desarrollo de la historia. Tampoco se trata de una moraleja, lejos, muy lejos de eso es la intención del cuento contemporáneo del cual Hemingway se ha convertido en el papá. La idea del iceberg es más abarcativa. Pongamos por ejemplo que quiero hablar del amor y entonces centro mi relato en una pareja, una pareja de vacaciones (que suele ser el momento donde se pone blanco sobre negro en una relación), vamos más allá, esta pareja está en un bar, a la orilla del mar, y comienzan una charla que poco a poco va tiñendo de gris el blanco hasta que el negro de la realidad salta a la vista. Esa pelea, puede ser la puerta de entrada a una realidad mucho mayor, una realidad que va más allá de una simple pareja. Lo que se dice y lo que no se dice, con eso juegan muchas parejas para sostenerse en equilibrio en una relación que tambalea. Y nuevamente, lo que se dice y lo que no se dice pero se sugiere, con eso juega Hemingway para armar un relato que es una joyita: “El mar cambia”. La incomunicación, el miedo a la verdad, el conformismo, en fin, todos esos condimentos que destruyen las relaciones de a dos están en esa historia donde lo que no se dice va pudriendo la relación y lo que no se dice en la narración va dejando una estela de maestría en el arte de decir, de contar. Y es que todo eso está pero, mis queridos, sin que se haga referencia sin que se describa ni una sola vez de manera explícita.

Ernest Hemingway definió su estilo con la teoría del iceberg, tal como la expresó en una entrevista con George Plimpton: “Hay nueve décimos del témpano bajo el agua por cada parte que se ve de él. Uno puede eliminar cualquier cosa que sepa y eso sólo fortalecerá el iceberg”.
Dicho de otra manera, se trata de elegir lo imprescindible para mostrarlo de forma sintética, aludiendo a algo escondido y, por lo común, de más peso. Un buen ejemplo de cómo trabaja Hemingway es “Colinas como elefantes blancos”, cuya intriga se resume a un diálogo entre dos personajes acerca de una operación médica, nunca explicitada. El lector deduce que la chica está embarazada y que el hombre la presiona para que el bebé no nazca. La palabra clave (aborto) jamás es puesta en boca de los personajes ni tampoco mencionada por el narrador. Según sus propias palabras: “El Viejo y el Mar podría haber tenido más de mil páginas, y dar cuenta de cada personaje, cómo vivían, cómo habían nacido,… No cuento ninguna de las historias que conozco sobre la aldea de pescadores. Pero este conocimiento es lo que constituye la parte sumergida del iceberg”.
Hemingway escribe una octava parte y oculta siete octavas partes cuya ausencia inquietará al lector hasta el extremo de convertirlo en un arqueólogo de textos. Pero, ¿cómo lo hace?

Eliminando adjetivos, preámbulos y antesalas narrativas porque se trata de que el lector deduzca, sospeche, llene los intersticios, indague y añada en su lectura el texto no escrito. Y por todo lo que ha quitado, ha dejado solo una parte de ese iceberg visible: los verbos que dibujan la acción.

Podemos resumir el proceso en cuatro ejes fundamentales:

La información: Me remito a las palabras del autor que son más elocuentes sin duda de lo que puedan llegar a ser las mías: “Si es que de algo sirve saberlo, puedo decir que siempre trato de escribir según el principio del iceberg: siete octavas partes bajo el agua por cada parte que se ve: Lo que uno sabe puede esconderse para dar más fuerza a la parte del iceberg que se asoma. En cambio, si un escritor omite algo porque no lo sabe, entonces sí, hay un agujero en el cuento”.

El dinamismo:El ritmo dinámico de sus relatos se debe al empleo del lenguaje sin ningún tipo de ornamentos y al uso exacto de los “diálogos”. Apenas utilizaba acotaciones, nos decía muy poco sobre la voz o el estado de ánimo del que hablaba, se limitaba a transcribirnos sus palabras, para así preservar las posibles ambigüedades que pudieran surgir al interpretar el lector las conversaciones.

Las acciones: son otra característica fundamental en toda su obra, es mediante acciones permanentes que sus personajes se revelan.

Las descripciones: son sencillas pero exactas, propias de su estilo sobrio y diáfano, que con frases cortas y coloquiales sugiere más que describe.

Cuando una historia en apariencia inocente te haga descubrir que no todo lo que se lee es lo que existe, piensa en el poder del iceberg. Piensa en Ernest Hemingway y acuérdate del Titanic: navega alrededor de todos los icebergs y cada uno de sus relatos sin estrellarte, simplemente flotando. Y entiende que desde la lectura de cualquier gran autor empezamos a ser una gran escritora o un gran escritor.

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