La promesa del alba – Romain Gary

Reseña

No es bueno que a uno le quieran tanto, tan joven, tan temprano. Te acostumbras mal. Creemos haber triunfado. Creemos que eso existe en otra parte, que lo podemos encontrar. Con el amor materno, la vida te hace al alba una promesa que jamás cumple.

Así comienza “La promesa del alba“, libro autobiográfico de Romain Gary, escritor y diplomático francés de origen judío-lituano, donde narra su infancia en Rusia, en Polonia, y después en Francia, sus años como aviador en la guerra, la pobreza y el lujo que asediaron su vida, también narra la pasión de su madre por Francia, el país en el cual ella, una inmigrante rusa, depositó todas sus esperanzas.
No es bueno que a uno le quieran tanto… Esta afirmación del autor atraviesa las páginas del libro desde el comienzo hasta el final. El amor de una madre puede faltarnos y entonces seremos huérfanos durante toda la vida, huérfanos de ese amor que nunca encontraremos y que buscaremos incansablemente como si nos faltara un pedazo. Pero como contrapartida el amor inconmensurable, el amor exagerado, las esperanzas reales o inventadas puestas sobre las espaldas de un hijo pueden llegar a ahogar, a condicionar la vida de alguien, tanto como la carencia absoluta de todo eso.

Una autobiografía novelada

La promesa del alba es la historia en la que Gary nos cuenta cómo desde su infancia ha intentado enfrentarse al conflicto entre el propio deseo y el miedo a frustrar las expectativas de una madre absorbente que lo sacrificó todo por él.
Condicionan, las madres condicionan la vida de sus hijos pero en el caso de Nina (la madre del autor) no solo condiciona esa vida sino que la determina. Serás cónsul de Francia, dictamina la madre, triunfarás en la vida, y condiciona a su único hijo a ser alguien merecedor del inmenso sacrificio que significó criarlo absolutamente sola, sin parientes, sin amigos, sin nadie más que ella apuntalando al pequeño Gary desde su nacimiento, subordinando los deseos del niño, del adolescente, del hombre a sus propios deseos. ¿Una madre castradora? Ni siquiera llega a ocupar esa casilla. ¿Una madre absorbente? Tampoco se la puede tildar de tal. ¿Una madre aniquiladora? Aniquila el verdadero deseo de su hijo pero tampoco podemos afirmar que lo haya aniquilado como ser humano. Una madre que hizo lo que pudo y a veces no lo hizo pensando en su hijo sino en su propio deseo de que su hijo sea lo que ella fraguó en su imaginación: el hijo perfecto. Y qué difícil resulta para un hijo ser perfecto al modo en que una madre quiere que lo seas. Ser perfecto y contemplativo con esa madre y no con sí mismo, alcanzar ideales del otro y no los propios. Así vivió su vida Romain Gary, un niño, un adolescente, un hombre que se creía perfecto porque los ojos de su madre así lo habían pintado y sin embargo un ser que se tuvo que enfrentar a la vida de todos los días, a experiencias terribles donde esa perfección no existía, sino que era un ideal difícil de alcanzar, una vida donde incansablemente buscó ese amor desmesurado de su madre creyendo que eso existe en otra parte, pero nunca lo halló. O quizás fantaseó con haber hallado una mujer a su medida en la actriz Jean Seberg, su segunda mujer, y tal vez por eso luego de la muerte de esta y harto de tanta búsqueda infructuosa, tras severas crisis de depresión en su vida real, decide terminar sus días quitándose la vida a los sesenta y seis años.

Sobre el autor

Romain Gary nació cerca de Vilna, hoy Lituania, en 1914. Su padre, un judío ruso, nunca lo reconoció, y la pequeña familia que constituían solo él y su madre fue el nido donde Gary vivió protegido al extremo, sobrevalorado hasta lo inimaginable por una madre que, como ya hemos dicho, cuesta encasillar dentro de alguna categoría. A los catorce años emigra a Francia y durante la segunda guerra mundial se enrola en las Fuerzas Áreas Francesas. Tratando de cumplir los deseos de su madre: ser alguien importante, descollante, estudia violín y danzas, ramas de las artes para las cuales no está dotado y cuyos fracasos lo sumergen en la nunca abandonada lucha de encontrar ese don que su madre le dice que tiene para ser alguien importante en la vida. La literatura es el mundo donde se sumerge, es el universo que le pertenece, pero la consagración no llega de inmediato y la búsqueda continúa. Combate en la Segunda Guerra, obtiene la Cruz de Honor y finalmente, como lo había predicho su madre, se convierte en Cónsul francés y en escritor de renombre.

Un seudónimo

Ha sido la única persona en ganar el Premio Goncourt dos veces en un controvertido episodio que ha pasado a la historia. Ya lo había recibido en 1956 por “Las raíces del cielo” cuando en 1975 volvió a ganar con “La vida ante sí” que en realidad había sido presentada bajo el pseudónimo de Emile Ajar. La Academia Goncourt le concedió el premio sin saber su identidad real.
Cuando se suicidó, el 2 de diciembre de 1980, Gary había dejado al cuidado de su editor, Gallimard, un manuscrito en el que explicaba la invención de su seudónimo, un pequeño libro delicioso titulado “Vida y muerte de Émile Ajar”.

El resumen

La vida de Romain Gary es una gran novela de aventuras, tan increíble como la que describe en “La promesa del alba”. Gran parte de lo que cuenta en ese libro no es cierto, como todo escritor puso su cuota de invención, aunque todas sus andanzas son reales e igualmente interesantes que las inventadas.

Tengo la impresión de haber sido vivido por mi vida, declaró en una entrevista. Cuando entraba en contacto de los medios de comunicación, convivía constantemente con un personaje llamado Romain Gary, que no tenía nada que ver conmigo, agrega. Y quizás era el Romain que su madre había inventado, era el niño, el adolescente, el hombre que vivió una vida que no había elegido, que perduró mientras la búsqueda del ideal del amor femenino que había conocido en sus primeros años parecía alcanzable, que murió cuando decidió dejar de vivir una vida que ya nunca le pertenecería.


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