¿Qué hay de nuevo bajo el sol?

Las Palabras encadenadas nos representan, tienen el poder de conectarnos con el afuera e incluso, en un diálogo interno, con nosotros mismos. Las palabras expresan emociones, nombran objetos y contextualizan un escenario. Las palabras tienen poder, el poder de representarnos, de emocionarnos, lideran una lucha armada contra la ignorancia y en esa cruzada de letras, la literatura toma la Palabra.
Enlazar palabras es un arte, si alguien lo duda que lo intente. El arte de enlazar palabras no es actual, nos llega de tiempos muy remotos. Lo cierto es que desde que el hombre maneja el lenguaje escrito, la literatura no ha cesado de re-inventarse, de buscar nuevas formas, de abrir nuevas puertas o entreabrir las ventanas. La literatura es una joven voluptuosa que nos encandila y es también una anciana chamana que nos cuenta de dónde venimos y augura hacia dónde vamos. Y es que la literatura que hoy conocemos ha recorrido un largo camino para estar donde está y seguirá recorriéndolo para estar donde estará.

Gracias a ese tiempo que ha pasado hoy podemos hablar de literatura “tradicional” y literatura “contemporánea”. Pero cuáles son las diferencias si en verdad la literatura siempre se ha encargado de enlazar palabras. La distinción entre una y otra es justamente la distancia. Nada es lo que era entonces ni nada lo será. Pero no me convertiré en profeta de lo que vendrá sino en comentarista de lo que ha sido.

Hay una manera contemporánea de narrar, de decir las cosas, absolutamente diferente de la que usaron nuestros abuelos, ignorantes de Freud, de la televisión, de Joyce, de las dos guerras mundiales, de la barbarie norteamericana en Vietnam.

Dijo Augusto Monterroso el papá de aquel dinosaurio que al despertar aún estaba allí. Y es absolutamente cierto. No contamos las historias en pleno siglo XXI como las contaban en el XVIII y menos aún como lo hacían en la Grecia antigua, cuna de la literatura de todos los tiempos.

El acto de narrar tiene que ver con el manejo del lenguaje a la hora de escribir y con un sentido estético en el uso de ese lenguaje. En los siglos XVII o el XVIII, incluso en el siglo XIX, el lenguaje utilizado en literatura era elegante, circunspecto porque esa era la forma en que se comunicaban por entonces, y eso es literatura “tradicional”. Veamos un diálogo extraído de la novela de Jane AustenOrgullo y prejuicio”:

––Ven Darcy ––le dijo––, tienes que bailar. No soporto verte ahí de pie, solo y con esa estúpida actitud. Es mejor que bailes.
––No pienso hacerlo. Sabes cómo lo detesto, a no ser que conozca personalmente a mi pareja. En una fiesta como ésta me sería imposible. Tus hermanas están comprometidas, y bailar con cualquier otra mujer de las que hay en este salón sería como un castigo para mí.
––No deberías ser tan exigente y quisquilloso ––se quejó Bingley––. ¡Por lo que más quieras!
Palabra de honor, nunca había visto a tantas muchachas tan encantadoras como esta noche; y hay algunas que son especialmente bonitas.
––Tú estás bailando con la única chica guapa del salón ––dijo el señor Darcy mirando a la mayor de las Bennet.
––¡Oh! ¡Ella es la criatura más hermosa que he visto en mi vida! Pero justo detrás de ti está sentada una de sus hermanas que es muy guapa y apostaría que muy agradable. Deja que le pida a mi pareja que te la presente.

El modo de hablar nos indica una cuestión muy importante a la hora de retratar historias: La idiosincrasia de las personas en un contexto determinado. Ninguno de nosotros tendremos dudas de que la escena anterior no se desarrolla en pleno siglo XXI donde el contexto, la sociedad, el pensamiento, las costumbres, son totalmente diferentes a la época en que Jane Austen escribía y vivía. Para entenderlo mejor, veamos, en comparación, el siguiente fragmento extraído de la novela “El diario de Bridget Jones” de Helen Fielding que es un ejemplo de la literatura “contemporánea:

—¿Y cómo va tu vida amorosa?
Oh, Dios mío. ¿Por qué no puede entender la gente casada que hace ya tiempo que no es educado hacer esta pregunta? Nosotros no nos abalanzamos sobre ellos y les gritamos: «¿Cómo va vuestro matrimonio? ¿Todavía practicáis sexo?». Todo el mundo sabe que tener citas a los treinta no es nada fácil, ni se consigue con la alegría y despreocupación de cuando tenías veintidós, y que la respuesta sincera se parecía más a: «En realidad, anoche mi amante casado apareció vestido con ligas y con un hermoso pequeño top de angora, me dijo que él era gay/adicto al sexo/adicto a los narcóticos/fóbico al compromiso, y me golpeó con un consolador», en lugar de:
«Genial, gracias».
Como no soy una mentirosa congénita, acabé murmurando con rostro avergonzado a Geoffrey: «Bien», y él gritó:
—¡Así que todavía no has conseguido un tío!
—¡Bridget! ¡Qué vamos a hacer contigo! —dijo Una—. ¡Chicas de carrera! ¡No lo sé! Eso no se puede aplazar para siempre, sabes. Tic-tac-tic-tac.
—Sí. ¿Cómo se las apaña una mujer para llegar a tu edad sin estar casada? —gritó Brian Enderby (casado con Mavis, había sido presidente del Rotary Club de
Kettering), mientras zarandeaba su jerez en el aire.

Diametralmente opuestos ambos lenguajes como diametralmente distintos son los contextos en que transcurren estas novelas, la primera escrita a comienzos del siglo XIX y la segunda a finales del siglo XX. Definitivamente no contamos las historias hoy como ayer y simplemente porque hoy como ayer los contextos no son iguales ni la humanidad es la misma. Las palabras son las mismas pero se entrelazan de formas diferentes al servicio de esa cruzada por representarnos, por conectarnos con el afuera y con nuestro interior. Hoy como ayer con las diferencias que saltan a la vista.

La literatura “tradicional” deja de ser un tipo de expresión que nos represente y esto sucede cuando empieza tomar forma la literatura “contemporánea” que refiere a los estilos literarios surgidos a partir de 1940 hasta la actualidad, período que se caracteriza por los avances tecnológicos y los constantes cambios a nivel social, cultural, político. La “contemporánea” se aleja de la “tradicional” porque rompiendo con los modelos y parámetros estéticos de las épocas anteriores (como la renacentista, barroca o ilustrada) crea una nueva forma de expresión que con las mismas palabras dice cosas distintas, las nuevas cosas que nos van pasando.

Sería larguísimo enumerar los recursos que la literatura (contemporánea) de nuestros días ha adquirido en esa vorágine de crecimiento a veces desordenado y siempre justificado. Baste como ejemplo hablar de técnicas como el flujo de conciencia, del manejo del tiempo, la polifonía, el lenguaje y los escenarios que son los que pintan el contexto en el cual esas palabras nacen. Las Palabras, que enlazadas hábilmente y con arte son lenguaje, retorica, poética, expresión, son ni más ni menos que la literatura que nace de esas palabras siempre acomodándose al presente. Porque la literatura tiene la capacidad extraordinaria de hablarnos de ese presente que fue el pasado pero también posee la facultad de hablarnos del futuro. Hoy somos el futuro de autores como Charles Dickens, Julio Verne, Émile Zola y tantos otros sin los cuales la literatura contemporánea no sería lo que es y lo que será porque a su vez autores contemporáneos como Haruki Murakami, Mario Vargas Llosa, Javier Cercas, por citar solo algunos, serán el pasado del futuro. Y ahorrándome una larga disertación, los dejo con las palabras de Patrick Mondiano en su discurso ante la Academia Sueca con motivo de la recepción del Premio Nobel:

 Pero no quiero dejar de ser optimista en lo referido al porvenir de la literatura y estoy convencido de que los escritores del futuro garantizarán el porvenir tal y como lo han venido haciendo todas las generaciones desde Homero…

Y es que bajo el sol de las Palabras, siempre habrá algo nuevo para disfrutar.

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