El eterno maestro

La mayoría de los lectores damos por sentado y como algo natural, esa voz que nos transmite los sentimientos de un personaje o las características de un contexto, esa voz que nos habla de los miedos, de los conflictos internos y externos, esa voz, la del narrador de una historia que nos acerca el complejo mundo de los personajes que habitan el mundo de la novela que tenemos entre manos. Sin embargo encontrar esa voz y aprender a transmitirla no es una cualidad dada sino aprendida por el escritor, una cualidad innata es verdad, pero también pulida a lo largo de horas y horas de lectura, de la lectura de aquellos maestros que nos precedieron en el camino de la construcción de la novela, ese género que ha recorrido un largo camino porque la novela contemporánea es el resultado de una marcha que nació varios siglos antes del día de hoy.

La novela

El género comenzó, allá lejos y hace tiempo, un largo recorrido hasta alcanzar ese grado de complejidad y profundidad narrativa que hoy lo caracteriza.
Hoy es un género donde todos los elementos narrativos se concatenan de manera ordenada: la trama, la psicología de los personajes, la línea temporal de la narración, etc. Y sin embargo, la novela es un género maleable, en constante cambio, con avances y retrocesos pero siempre en permanente transformación.
Visto de esa forma no podemos decir cuándo alcanzará la madurez, si es que esa madurez existe porque la novela nace y crece, se renueva y vuelve a nacer y así será por los siglos de los siglos. Y como en toda existencia, como en todo proceso de transmutación, la novela es lo que hoy es, gracias a lo que ha sido.

El comienzo

Algunos críticos afirman que todo empezó con Cervantes, con Laurence Sterne o con Daniel Defoe. La mayoría coincide en que el siglo XIX fue la cúspide del género, la época en que maduró y floreció la novela como herramienta de exploración de lo humano, así lo corroboran las obras Madame Bovary de Flaubert, Papá Goriot de Balzac, las exploraciones narrativas de Dickens, por citar solo algunas. Aunque cada una de esas historias es distinta, todas, a su manera, toman la novela como un instrumento, un vehículo de exploración, una suerte de ventana por la cual el escritor se asomó y se asoma para mirar de cerca esos delicados ecosistemas que llamamos cultura o sociedad, la novela fue y es esa mirilla por la cual el escritor nos permitió y nos permite espiar al personaje, y así conocer un poco más del ser humano, de sus miedos, sus deseos, sus penas y alegrías que no son sino las de cada uno de nosotros, los lectores.
Un mundo dentro de otro mundo, eso fue la novela del siglo XIX, y eso sigue siendo la novela: ese mundo al cual ingresamos sin abandonar este mundo donde respiramos.

El maestro

La novela ha recorrido un largo camino y es importante reconocerlo porque nada sería lo que hoy es sin ciertos pilares esenciales que sostuvieron al viajero (al escritor) a lo largo de ese camino. Y para que la novelística actual sea lo que es, uno de esos pilares fundamentales fue sin lugar a dudas Fiódor Dostoyevski.

Leer a Dostoievski es como descubrir el amor o ver el mar por primera vez, es perder la inocencia ante la vida, dijo alguna vez Orhan Pamuk, premio Nobel 2006.

Si la novela fuera oscuridad, entonces la oscuridad se llamaría: Memorias de la casa muerta, Memorias del subsuelo o el título que prefieran de entre las novelas del ruso. Leer uno de sus libros es vivir una experiencia de la cual nadie sale indemne, una experiencia literaria tal y como la definió William Faulkner: “Lo que hace la literatura es lo mismo que una cerilla en medio de un campo en mitad de la noche. Una cerilla no ilumina apenas nada, pero nos permite ver cuánta oscuridad hay alrededor”. Eso hace Dostoyevski: nos hace ver de cuánta oscuridad está rodeado el ser humano. Y es que la oscuridad es evidente cuando una pequeña luz nos avisa que todo se ha vuelto negro. Por eso El jugador, Crimen y castigo o Los hermanos Karamazov o El idiota a pesar de su oscuridad encienden una cerilla, una especie de certeza de que no estamos solos, de que el dolor nos iguala, de que los miedos aprietan pero no ahorcan, la convicción también de que, a pesar de todo, el mundo puede iluminarse tan solo admitiendo antes la oscuridad.
Dostoievski es oscuro pero no nos abandona, por el contrario, nos instala en el mundo con la certeza de ser quienes somos y de llevar la carga que llevamos.

Como todos los grandes libros, Los hermanos Karamazov tuvo dos efectos instantáneos en mí: me hizo sentir al mismo tiempo que no estaba solo en el mundo y, por otro lado, que era alguien desamparado, solo en mi rincón. Es nuevamente Orhan Pamuk, quien con sus palabras lo constata.

Un viaje en el tiempo

Pero ¿por qué el tiempo, lejos de restar interés por su obra, la hace cada vez más imprescindible para comprender nuestro mundo? Simplemente porque la compasión o la humillación que desprenden los protagonistas de sus novelas viajan en el tiempo hasta nuestros días. Si bien sus historias suelen transcurrir en una época determinada: el siglo XIX, en un contexto histórico reconocible: la Rusia zarista, el sufrimiento y la compasión que destilan sus personajes, es suficiente para que el lector se abstraiga de la perspectiva social que los rodea y pueda reconocer en muchos a cualquiera que comparte nuestro vertiginoso y angustiante siglo XXI.
En otro momento y en otro lugar pero son las mismas situaciones extremas en las que se puede rastrear el interior del espíritu humano y el renacimiento espiritual a través del sufrimiento, no a la manera de los mártires sino más bien como el Ave Fénix, renaciendo de las propias cenizas.
Dostoyevski ha sido un eterno buscador de preguntas ante la condición humana, un gran conocedor del alma de los mortales y ha sabido compartir con el lector los grandes anhelos y desesperanzas de todo lo que atañe al ser humano. Su prosa a veces descuidada, su sintaxis un tanto desordenada no son de ninguna manera sus talones de Aquiles, aunque muchos los han utilizado para desprestigiarlo. Yo no hablaría de puntos débiles o vulnerables, en absoluto, porque la literatura del ruso no ambiciona el estrellato estilístico ni la galaxia de la retórica, sino más bien apunta a ser parte de este mundo donde las cosas suceden, donde los hechos nos suceden. A menudo, cuando leemos una novela de Dostoievski, observamos frases que podrían escribirse mejor, ideas que se repiten, tramas sin resolver. Sin embargo, hay algo en su literatura que nos llega muy dentro: una especie de temor que nos atenaza, una sensación de angustia por el destino de los protagonistas.

Sentía que el libro se agitaba dentro de mí y que la vida ya no sería la misma; notaba que frente al mundo grande, amplio y sorprendente de la novela, mi propia vida y mis preocupaciones eran pequeñas e insignificantes, dijo Orham Pamuk.

Y yo agregaría que se prolonga más allá de ese libro que se agita entre nuestras manos, porque la misma angustia de sus personajes es la que nos espera, quizás, al dar vuelta la última página de Pobres gentes, El adolescente o Humillados y ofendidos.

El autor

Fiódor Mijáilovich Dostoyevski nació en Moscú, en 1821. Terminó sus estudios de ingeniería en 1843, incorporándose a la Dirección General de Ingenieros en San Petersburgo, la cual abandonaría finalmente para dedicarse a la escritura. Publicó su primera novela, Pobres gentes, en 1846. Tres años después, su participación en un acto literario prohibido le valió una condena a muerte por parte de la policía del zar Nicolás I. Frente al pelotón de fusilamiento, un segundo antes de la descarga esperada, le llega la conmutación de la pena por trabajos forzados en Siberia, este acontecimiento como es de esperar, marcó la obra del autor. Afectado desde la niñez por ataques epilépticos que aumentaron a raíz de la muerte de su padre, Dostoyevski se convierte en un hombre solitario de costumbres insólitas como podía ser dormir de día y escribir de noche. La muerte parecía acecharlo en cada rincón de su vida, así vio morir a su hermano a su esposa en 1864 y a su hijo Aleskéi en 1878. Vivió constantemente amenazado por deudas, hasta su muerte, en San Petersburgo, en 1881.

La lectura de un clásico

Pero entonces, ¿por qué leer hoy a alguien tan lejano en el tiempo y el espacio? Porque Dostoyevski es el primer escritor que retrata y describe rigurosamente los pliegues psicológicos del ser humano, cosa que muchos autores contemporáneos usan como estandarte de sus historias.
Porque Dostoyevski utiliza sus herramientas expresivas con una precisión sensacional y mantiene en equilibrio los tres pilares fundamentales que justifican la actividad literaria: el personaje, el escritor, y el lector.
Porque sus personajes no evolucionan, son desde el principio hasta el final los mismos, y a pesar de que Nabokov ve en eso una debilidad, yo me atrevo a afirmar que Dostoyevski es el creador del antihéroe que como paradigma del personaje literario contemporáneo vive en tantas novelas de nuestro presente.

Porque me ayuda a conocerme y a conocerte. Porque nació y escribió para orientar como un verdadero maestro, porque a través del tiempo se ha convertido en el eterno maestro.
Quien quiera aprender que aprenda.


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