Tienen la palabra

Qué sería de una historia sin personajes? Mi respuesta es: una historia sin alma.
Los personajes guían a los lectores a través de sus historias, ayudándoles a comprender las tramas y reflexionar sobre los temas. Los personajes desnudan sus almas frente al lector, y si no lo hicieran, cualquier historia haría agua por los cuatro costados. Ellos son el centro de la trama, son las piezas fundamentales de la novela y son los que consiguen captar y mantener la atención del lector que o bien se identifica con alguno de ellos o llega a odiarlos como sucede con los antagonistas. Es fácil exigirlo cuando uno es el lector pero en la práctica para el escritor no es tan fácil lograr que los personajes tengan la palabra.

El planteamiento a la hora de escribir debería ser sencillo: La historia precisa de un conflicto. El conflicto es eso que le sucede a alguien y ese alguien en la novela es el personaje. Ergo, sin conflicto no hay historia y sin personaje no hay conflicto. Así pues, junto con la idea y el conflicto, que le da sentido a la historia, debe nacer obligatoriamente: el personaje.
Claro que es fácil pensar en el producto final pero al principio ese personaje es solo un bosquejo, una ligera imagen, una representación de quién será y sobre todo de cómo será. En principio, necesitamos un cuerpo con un nombre para que nuestra idea cuaje y la historia vaya tomando forma. Por eso, es normal que un personaje comience siendo solo un prototipo, un intento que reflejará características propias de tu idea, de ese  tema central de tu historia que en un principio, a la hora de escribir una historia, aparece como lo más potente. Pero para que la historia ruede, para que puedas representarla en el papel, deberá haber actores que la interpreten y esos actores son los personajes. Sin personajes no hay historia.

Ahora bien, desde ese prototipo, desde ese modelo hay que construir un ser de papel que resulte tan creíble como si fuera de carne y hueso.
Para eso habrá que moldearlo capa a capa hasta darle forma y profundidad porque de nada sirve el trabajo de escribir una historia, si al final lo que tenemos es sólo un perfecto personaje de ficción: perfecto, sí; pero de ficción. No es suficiente. Hay que ir más allá.
Si atendemos al principio de verosimilitud que toda historia ficcional debe respetar, la respuesta casi viene dada. El personaje de ficción debe actuar, pensar, sentir, acercarse, rozar, parecerse a un ser humano. Esta es la premisa de la que debemos partir para construir personajes creíbles, personajes que hagan soñar, que hagan temblar la fibra íntima de tus lectores. Sencillamente, tus personajes deben hacernos sentir que podemos ser nosotros mismos viviendo esa historia que, ¿por qué no? Puede ser la nuestra.

Te habrá pasado más de una vez eso de encontrar en un libro un amigo o un enemigo, alguien a quien respetar o aborrecer; alguien por quien preocuparse, alguien que te obsesiona, alguien a quien desear lo peor y hasta es probable que hayas pensado en cómo actuar en tal o cual situación para salir adelante. Si has tenido algún tipo de sentimiento como los que te he comentado respecto de algún personaje, es porque el autor ha logrado generar la necesaria empatía entre tú y el personaje.
Y eso no se consigue fabricando un muñeco, sino un ser humano que logre provocar todas esas emociones en el lector.

La meta entonces es clara: establecer una comunión emocional entre el lector y tus personajes. Conseguir que el lector se interese y se preocupe por lo que le ocurre al personaje, que lo vaya conociendo un poco más en cada página y que al terminar la novela, lo conozca tan bien como conoce a sus mejores amigos. Se trata de darles la palabra a tus protagonistas. Un personaje se construye, se arma, se moldea, página a página es cierto, pero ¿Qué pasa si tratamos de moldear sin un molde? Lo más probable es que esa arcilla (las palabras) que usemos desborde o sea insuficiente o no forme la argamasa correcta.
Pero, si al dar la vuelta a la última página, tu lector sigue pensando en ellos, hablando con ellos, viviendo sus aventuras, tus personajes no habrán muerto.

Seguramente te has topado con personajes de ficción que parecían tener vida propia y que incluso perduran más allá de la última página de un libro. Eso ha sido simplemente por obra y gracia de la pluma de la escritora o el escritor. Claro que eso no se logra de la noche a la mañana y menos si intentas improvisar sobre la marcha.
Cuando uno tiene entre manos una buena historia es también porque el autor ha sabido ponerla en manos de buenos personajes.

Como escritor hay que ser buen lector y sería bueno a esta altura detenerte a pensar ¿Cuál ha sido tu personaje favorito? Tan favorito que aún después de mucho tiempo lo sigues recordando. Puede que te hayas enamorado de Edward Rochester si has leído Jane Eyre, la novela de Charlotte Brontë o hayas soñado con tu propio señor Darcy, al leer e incluso al devolver al estante Orgullo y Prejuicio de Jane Austen. Y como los hombres también leen novelas románticas es probable que muchos hayan sentido, al menos durante el rato de lectura, que se habían convertido en James Fraser de la saga Forastera de Diana Gabaldon o quizás hayan sucumbido a los encantos de Anna Karenina de León Tolstoi, quizás alguien quiso parecerse a Tatiana Metanov la heroína de la saga de Paullina Simons, El jinete de bronce o a Louisa Clark si has leído Yo antes de ti de Jojo Moyes.

Y la lista puede crecer hasta el infinito sin embargo lo único importante es que si esos personajes generaron sensaciones, sentimientos inolvidables, es simplemente porque detrás hubo un escritor o una escritora que se tomaron la molestia de cincelarlos, detalle a detalle, y a quienes no les tembló el pulso a la hora de permitirles llorar, pensar, sentir, de dejarlos ser, de darles la palabra.

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