Desenfunda maldito

La tarde declina lentamente. Muy lentamente para un chico como él, de 12 años que vive en la década del ’60. Las sombras se van abriendo paso en medio del aburrimiento que no se extingue desde que arrancó el día. Un descuido, fue un descuido dejar la canilla del baño abierta, pero es que no se dio cuenta salvo cuando ya era muy tarde y su madre descubrió que el agua llegaba hasta el living. Y por eso la tarde declina lentamente porque le han prohibido, con 12 años y en una tarde lluviosa mirar la televisión. Justo hoy, maldice por lo bajo su descuido de dejar la canilla del baño abierta. Justo hoy que en la tele pasaban su película favorita: Desenfunda, nada menos que con Kirk Douglas. Ya la ha visto unas diez veces pero once no sería un mal número si no se hubiese ganado la penitencia de pasar una tarde completa, una tarde de lluvia, una tarde de domingo sin televisión.
Mira con enfado el reloj de pared que marca implacable las horas sin que su madre se arrepienta de un castigo tan excesivo solo porque el agua arruinó el parquet. Mira el reloj y calcula que la película debe haber empezado, hará una media hora. Se la sabe tan de memoria que hasta puede imaginar el gesto de su actor favorito enfrentando a los malhechores. Y es que solo le queda imaginar, hasta que de golpe la puerta de entrada se abre, y quien llega no es Kirk Douglas pero se le parece bastante. El tío Tony pasa a su lado y lo mira asombrado.

– Están dando Desenfunda –le dice al pasar y mira la televisión apagada.

– Estoy en penitencia –es su respuesta lacónica.

Y el reloj sigue marcado los minutos mientras su tío está en la cocina charlando con su madre. Cuando calcula que ya deben estar por enfrentarse los malos con los buenos y cuando ya ni quiera imaginar le alcanza, su tío sale de la cocina. Camina lentamente con las manos a los costados del cuerpo, como si fuera Harry Holland (el personaje que protagoniza Kirk Douglas) en la escena frente al hotel donde se esconde. Y entonces como por arte de magia, el tío Tony lo desafía: “Desenfunda maldito”. Y con una sonora carcajada en lugar de una pistola saca un pequeño libro del bolsillo y lo desliza sobre el sofá.

– Hablé con tu madre, te da permiso para ir a tu cuarto y leer –y guiñándole un ojo sale por la misma puerta por la que había entrado.

Los años han pasado, el tío Tony ya no está pero una invaluable colección de historias del Far West se lo recuerda cada tarde de lluvia cuando ahora adulto, se apoltrona en su sillón favorito y las devora insaciablemente.

Conocido principalmente como uno de los grandes géneros del cine clásico, el wéstern fue antes que nada un género literario de novelas baratas y maravillosas que se vendían en los quioscos. Sin embargo, las novelas del Oeste tardaron mucho más que las policiacas en adquirir el prestigio que merecían. El panorama comenzó a cambiar cuando autores de la talla de Cormac McCarthy dieron un renovado impulso al género con títulos como “Meridiano de sangre”, “Todos los hermosos caballos” y “No es país para viejos” que quizás recordemos más por su adaptación cinematográfica de los hermanos Coen.
Si eres amante de los westerns como si no, entre las novelas del Oeste hay todo un mundo literario por descubrir. Y a las pruebas me remito.

Si te gusta ser prolijito y empezar por el principio, te recomiendo “Cuentos del lejano oeste” de Francis Bret Harte, no porque te vayas a encontrar con las mejores historias sino porque empezarás a entender muchos de los arquetipos con los que seguirás encontrándote en este género. Conocido como “el Dickens de los pioneros”, Francis Bret Harte es, junto con Francis Fenimore Cooper, Washington Irving, Mark Twain y Owen Wister, uno de los fundadores de las historias del salvaje Oeste. En los cuentos que escribió entre 1857 y 1902 implantó una serie de arquetipos que todavía perduran en el imaginario colectivo. Son los aventureros, los tahúres, los forajidos, las prostitutas de saloon y las maestras que han protagonizado innumerables historias del Oeste.
Warlock es considerada la mejor novela de Oakley Hall, aquella con la que fue finalista del Premio Pulitzer dando inicio a un ciclo de novelas sobre el Oeste americano.

Otra novela finalista del Premio Pulitzer es “El hijo” de Philippe Meyer, una historia épica sobre el paso a la edad adulta de su protagonista Eli McCullough, el primer varón nacido en la recién inaugurada República de Texas.

Más conocido por cultivar la novela negra, Elmore Leonard es uno de los pesos pesados del género western, sobre todo en forma de relato breve, sus historias son acción pura, de las cuales “El tren de de las 3.10 a Yuma” también fue llevada al cine con la actuación de Russell Crowe en el papel principal.

“El virginiano” de Owen Wister es considerada como la gran novela americana iniciadora del western, como la obra fundacional del género, como la primera que delinea la figura literaria del cowboy.

Los western de novela supuran acción, sangre, polvo, petróleo, codicia, sudor, caballos y whisky, mientras héroes y antihéroes de la mejor y de la peor calaña se cruzan en saloons, ranchos, cárceles, montañas, desiertos, catres, tribus de comanches, puebluchos polvorientos y fuertes, donde el polvo de un pueblo solitario se posa sobre la barra de una cantina, mientras el viento se arremolina arrastrando matojos rodantes, mientras un par de perros famélicos tiemblan entre las balas de un duelo que rozan la paz del lugar.

Dijo John Wayne que el coraje no era otra cosa que “estar muerto de miedo y ensillar el caballo de todas maneras”, si no tienes un caballo a mano puedes tan solo imaginarlo y arrellanado en tu sillón imagínate que eres Kirk Douglas y gritas desafiante: ¡Desenfunda maldito! Ojo, no grites demasiado fuerte si estás acompañado que los efectos secundarios pueden llegar a ser tan mortales como las balas de una Colt 45.


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