Codex Seraphinianus

Acostumbrados a leer en un código que la mayoría de la población mundial comprende, resulta cuando menos surrealista imaginar un lenguaje que no pueda ser decodificado mediante las 28 letras del abecedario que todos conocemos y mediante el cual se organizaron las frases que hasta acá escribo.

Sin embargo, hubo un tiempo en que incluso el abecedario era para nosotros un montón de moscas aplastadas sobre un papel que no decían nada. Un código que no habíamos aprendido a decodificar y por ende tan fuera de la comprensión como la escritura china o japonesa.
Porque si pensamos en la escritura china, japonesa o árabe iremos entrando en una forma de comunicación escrita que muy pocos de los mortales que habitan este mundo pueden comprender. Sin embargo y a pesar de que el alfabeto chino no está compuesto por letras sino por ideogramas, sigue una convención ordenada de manera que todos los que consiguen leer el chino podrán comprenderlo. Lo mismo sucedió con los jeroglíficos del antiguo Egipto y con otros alfabetos como el Braille, el Morse, etc. Todos ellos se organizan en torno a una serie de signos que organizados forman palabras, que organizadas arman frases, que organizadas nos transmiten ideas. El alfabeto dio sentido a esas moscas aplastadas de nuestra primera niñez y nos acercó coherencia o al menos una cierta forma de relación con el mundo de las palabras. A nadie se le ocurriría hoy por hoy inventar un nuevo alfabeto. ¿A nadie? No estén tan seguros.

Luigi Serafini nació en Roma en el año 1949 y él mismo se define como un arquitecto, diseñador y artista. Hasta acá nada nuevo bajo el sol, sin embargo, Serafini además de arquitecto, diseñador es artista y un artista muy especial, diría yo un creativo como pocos. Y es que el italiano inventó un lenguaje (¿un alfabeto?) que por supuesto es imposible de decodificar para cualquier humano que intente catalogarlo como algo aunque más no sea cercano a lo conocido. Serafini no se conformó con inventar así porque sí, por eso no solo inventó un lenguaje sino que se encargó de escribir un libro: el Codex Seraphinianus. Publicado originalmente en 1981, el libro intenta ser una enciclopedia ilustrada de un mundo imaginario y consta de aproximadamente 360 páginas (según la edición), y está escrito, como he dicho, en un idioma imaginario.
Imaginación, pura imaginación y si entramos a hojear la enciclopedia un verdadero artista que sin duda apoyado en el surrealismo ha logrado construir una obra visual que supera los límites de lo imaginable y que hasta el mismo Salvador Dalí aplaudiría.
Basta con echarle un vistazo a esas imágenes surrealistas para corroborar lo dicho y ojo, que nadie intente ir más allá de lo estético, porque que quede claro, el Codex Seraphinianus no esconde ningún misterio, no intenta trasmitir ningún mensaje esotérico ni es una conexión extraterrestre como muchos lo han intentado explicar.

El libro tiene 11 capítulos que configuran dos secciones y como toda enciclopedia, avanza (o sospechamos que lo hace) sobre flora y fauna, historia, ciencia, arte, costumbres, filosofía. Los cuatro primeros capítulos ilustran una “naturaleza de ficción” entre la que hay árboles que se desprenden de la tierra y se lanzan a un lago a nadar, raíces de las que parecen salir escaleras, plantas bulbosas y hojas con filigranas. La fauna no se queda atrás: hay cérvidos que se reproducen en macetas, peces que parecen ojos con cejas arqueadas… Tras describir las plantas, los animales y los fenómenos físicos del extravagante mundo; Serafini comienza a describir la vida de una civilización parecida a la humana y detallando aspectos de su vestimenta, costumbres, viviendas y tecnología. Sin embargo, no hallaremos un lenguaje que pueda decodificar esas imágenes, que pueda explicárnoslas.

En una entrevista realizada por la Sociedad de Bibliófilos de la Universidad de Oxford, el autor confeso que no había nada de misterioso tras los “garabatos” escritos en el Codex Seraphinianus y asegura que perseguía el objetivo de que el lector recreara ante el libro “la sensación que le produce a un niño enfrentarse a páginas llenas de letras que aún no puede entender”, sabiendo que tienen un significado para los adultos. La lengua “serafiniana” no oculta un mensaje alienígena, claramente no esconde nada. Creo que la mejor definición es la que nos acerca el poeta catalán Joan Brossa: “La imagen es importante. Hay un cambio de código evidente, en el sentido de valorizar el signo que no sea alfabético. El signo alfabético ofrece siempre muchas oportunidades porque el escritor va con un salvavidas puesto. La cultura literaria realizada con el código literario siempre es una garantía, aquí se salta al vacío”.

En la obra de Serafini encontramos, imaginación, lo lúdico se codea con lo artístico y como en toda expresión artística (como en las obras de Lewis Carroll, como en los cuadros de Dalí o de Magritte, sentimos el desdoblamiento de la realidad, la metamorfosis que se basa en la realidad reemplazándola.
Explicar lo inexplicable es un intento que a los manotazos trato de hacer desde el comienzo de este artículo, y tal vez esta parálisis se deba a la comprobación de que lo extraño no es ajeno a nuestro mundo, quizás se deba a la estupefacción de admitir que muy dentro nuestro nos parecemos más a las figuras de Serafini que a las imágenes que aparecen en la televisión o en internet. Esta extraña, maravillosa, sorprendente Enciclopedia que también puede parecer disparatada y alocada pero que sin duda nunca podremos decir que nos deja indiferentes, es tan difícil de transmitir con palabras conocidas que simplemente me remito a las palabras de los que saben, de los que pueden pronunciar un sentimiento y es que el Codex Seraphinianus, no habla con palabras sino con emociones. En este caso apelo a la voz de Italo Calvino que prologó la Enciclopedia:

“Esa grafía cursiva, minuciosa y ágil y (hay que admitirlo) clarísima, que siempre nos sentimos a un paso de poder leer y que no obstante se nos escapa en cada una de sus palabras y en cada una de sus letras. La angustia que este Otro Universo nos transmite no proviene tanto de la diversidad del nuestro, como de su semejanza”.

La mente lo complica todo y quizás en el fondo todo sea tan sencillo como volver a nacer que es más o menos lo que  Luigi Serafini trató de decirnos:

¿Te acuerdas cómo era cuando de pequeño te ponías delante de un libro y todavía no sabías leer? Pues eso es el Codex, una emoción infantil. En el fondo, el libro es un intento de convertir a todos en analfabetos, incluido a mí mismo.

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