Me gusta, no me gusta…

Si un libro aburre, déjenlo. No lo lean porque es famoso. No lo lean porque es moderno. No lo lean porque es antiguo. Si un libro es tedioso para ustedes, déjenlo. Leer es buscar una felicidad personal, un goce personal. Esto decía nada más ni nada menos que don Jorge Luis Borges.

Más allá de la razón que encierran esas palabras cada lector tiene sus propios parámetros para saber, tiene sus propias emociones para sentir cuando un libro aburre y cuando no. Para los que nos dedicamos a las críticas y análisis literarios nunca nos resulta valedera la simple afirmación de me gusta o no me gusta. Hay que fundamentar la valoración para saber si nos hallamos ante una sensación personal o general. Y sí, ya te escucho querido lector, susurrándome al oído: no soy crítico. Y es verdad, no vas a dedicarte a la crítica literaria, y no te culpo, para eso estamos los locos como yo que seguiremos desmembrando historias. Y en mi afán por desmenuzarlas lo que puedo hacer, si me permites, es acercarte una lista de diez cosas que no me perece favorable encontrar en un libro.
Allá vamos.

Comienzos tediosos, recargados de detalles que no enganchan. Es importante que la novela empiece de una forma atractiva para que el lector sienta ganas de seguir leyendo y con esto no me refiero a arrancar con un hecho impactante, sino sencillamente de saber utilizar bien las palabras, atrapar al lector, presentar la temática… pero sin decirlo.

Demasiados personajes que aparecen de forma repentina y a veces sin sentido, sin tiempo para retenerlos en la memoria. En las historias corales (varios personajes) hay que tener cuidado porque los personajes, si no se presentan a un ritmo adecuado y con fundamentos, pueden llegar a confundir.

Largos fragmentos llenos de datos (sobre todo en novelas históricas): aburren. Por definición, novelar significa narrar un suceso con forma de novela, no de texto académico o periodístico. El autor no puede poner por escrito toda la información que ha encontrado al documentarse, sino que debe ser más sutil, conseguir reflejarla dentro de la construcción ficticia.

Personajes que se expresan igual, ya sea en los diálogos o en novelas narradas a más de una voz. Hay que trabajar la forma de expresarse de cada uno, su carácter, su perfil. Del mismo modo que en la vida real cada persona tiene sus dejes y sus muletillas, los personajes deben tenerlas también.

Abuso de las casualidades, soluciones fáciles y otro tipo de trampas en general. La ley del mínimo esfuerzo no se puede aplicar a los libros: el autor debe pensar, repensar y planificar a fondo cada tramo del relato. Limitarse a escribir lo primero que se le ocurra y sacarse un as de la manga para la resolución desprecia la comprensión del lector.

Cabos sueltos. No hay nada peor que leer una novela poco trabajada que tiene cabos sueltos: tramas sin cerrar, un personaje del que no se vuelve a saber nada, detalles que tenían que aportar algo y no lo hacen, hechos que suceden y después se olvidan…

Clichés. En algunas novelas pueden llegar a ser aceptables porque el género de algún modo los requiere, pero en general es mejor que no se recurra a las fórmulas de sobra conocidas y se ofrezca algo más profundo, original e interesante.

Más páginas de las necesarias. Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Un libro no es mejor por ser más extenso; al contrario, alargarse más de la cuenta es una de las principales causas del aburrimiento del lector. Hay que medir bien lo que se escribe, saber cuándo hay que extenderse y cuándo se debe ser conciso.

Historias que no se saben a dónde van, es decir, tramas en las que no se ve un hilo conductor definido que anime a seguir leyendo. Por ejemplo cuando se narran demasiadas escenas cotidianas y no se avanza en una novela de acción, cuando un personaje se entretiene en sus divagaciones, momentos de punto muerto que no permiten que la trama avance y que pueden arruinar cualquier historia.

Faltas de ortografía, problemas de estilo y erratas. Este último punto diría yo que es irreversible y si encontramos faltas de ortografía en un libro no solo es culpa del autor sino del editor, lo mismo sucede con un estilo desparejo. El estilo es la forma en que cada autor elige para expresar lo que siente o lo que quiere trasmitir al lector, es esa voz que nos susurra al oído, que nos cuenta los hechos y si esa voz sufre altibajos en lugar de un susurro será un plañidero grito de error.

No hace falta desmenuzar historias, como suelen hacerlo los críticos y/o analistas literarios para entender por qué un libro te gusta o no, a veces es pura intuición, ahora puedes justificar tus predilecciones más allá del simple gusto.

Leer implica no solo consumir palabras o libros y decir si es bueno o malo, leer es entender, es ir un poco más allá después de cada historia.

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