Profético y real

La peste se desata y las autoridades declaran la cuarentena, aíslan la ciudad. Las familias, los esposos, los amantes que estaban de viaje o en otras ciudades quedan separados y no se les permite reencontrarse. Avanzada la epidemia, con cientos de muertos diarios y el pánico generalizado, los gobernantes imponen el estado de sitio y el toque de queda. Se inaugura una nueva era donde el terror y la vigilancia reemplazan a la rutina y la libertad. Y de golpe las cosas simples de cada día se tornan en esenciales para la vida. Pero también está la separación, el encierro, los abrazos que no están, las manos que no se tocan, las bocas que no se besan. Y los muertos, los muertos que se suceden sin que nadie atine a encontrar una medicina que detenga el pánico y la desesperación.

Cualquier semejanza con la realidad es pura casualidad porque el anterior párrafo no describe nuestro presente conviviendo con el Covid-19, sino que es un resumen de un libro escrito a principios del siglo pasado, “La peste” de Albert Camus. Sin embargo, como podemos apreciar, la novela trasciende su marco temporal y geográfico, adquiriendo el rango de metáfora universal.

La interpretación más común, que el propio Camus afirmó, explica que la peste de la novela es la ocupación nazi de Francia entre 1940 y 1944, y las acciones de sus personajes, encabezados por el doctor Bernard Rieux, son un espejo de “la lucha de la resistencia europea contra el nazismo”, según palabras del propio autor. Sin embargo no deja excluidas otras lecturas, otras interpretaciones que subyacen entre las líneas de esta novela que más allá de una realidad tangible nos habla de esa otra realidad: la que no se ve pero nos trasciende. Veamos algunos personajes de la novela para sacar conclusiones.
Entre los que se resisten a la nueva esclavitud está el periodista Raymond Rambert que quiere violar el estado de excepción, fugarse de la ciudad y volver a ver a su mujer. Rambert no es como podría pensarse un sedicioso, no es un rebelde ni un insurrecto es un soñador, es un hombre que tangencialmente entendió el meollo de la vida y en uno de sus diálogos afirma: “Estoy harto de la gente que muere por una idea…Lo que me interesa es que uno viva y muera por lo que ama”. El doctor Rieux (otro personaje) afirma: “Sin memoria y sin esperanza, (los habitantes de Orán) vivían instalados en el presente. A decir verdad, todo se volvía presente. La peste le ha quitado a todos la posibilidad de amor e incluso de amistad”. Otro personaje, Jean Tarrou, expresa el sentido más amplio contenido en la metáfora de la peste: “Es evidente que un hombre tiene que batirse por las víctimas. Pero si por eso deja de amar todo lo demás, ¿de qué sirve que se bata?” Esta perspectiva pone de manifiesto que atribuimos una importancia excesiva a nuestro yo. La grandeza del ser humano reside en su capacidad de amar, no en su ambición personal.
“La peste” nos deja bien en claro que las peores epidemias no son biológicas, sino morales. En las situaciones de crisis, sale a luz lo peor de la sociedad: insolidaridad, egoísmo, inmadurez, irracionalidad.

En Orán, la ciudad de la novela, la vida es un frenético disfrute, una carrera por la ostentación y el despilfarro. A casi nadie le interesa el prójimo, sus habitantes carecen del sentido de comunidad y prima el egoísmo. No son seres humanos, sino humanoides que viven para acumular bienes materiales. La prosperidad material es para ellos una meta más razonable que la búsqueda de la excelencia moral.

Se parece un poco bastante a nuestro mundo, ¿verdad? Libertinaje, desenfreno, búsqueda de placer desde lo material, egoísmo, insolidaridad, inmadurez. No hace falta seguir enumerando simplemente agregar esa idea de inmortalidad que nos reviste como seres humanos: la enfermedad siempre está ahí, pero pensamos que solo le concierne a los otros pero de golpe es asunto de todos. No somos invulnerables.
Y de golpe como sucede en la novela la expectativa de la enfermedad y la muerte nos coloca ante las preguntas fundamentales que solemos evitar o postergar. ¿Existe un Dios?

Ateo por naturaleza Camus, sin embargo afirma: “…el escepticismo no nos ha hecho más libres. Solo nos ha dejado más desamparados”.
¿El hombre es malo/bueno por naturaleza? Camus responde: El hombre no es malo por naturaleza, pero su conocimiento de las cosas es deficiente. Sus actos más nefandos proceden de la ignorancia. ¿Qué haría si muriera mañana? O si un ser querido muriera. Camus admite que “…sin la perspectiva de lo sobrenatural, todas las victorias del hombre son provisionales. La victoria definitiva y total corresponde a la muerte”. La solidaridad nos hace humanos y sensibles, todo lo humano y sensibles que nunca fuimos y aunque no hay nada hermoso en el dolor, indudablemente nos abre los ojos y nos obliga a pensar.

Una peste, la pandemia de nuestro presente puede aniquilar valores o simplemente esos valores pueden saltarnos a la vista, pegarnos un cachetazo y hacernos reaccionar. Es indudable que el ser humano se desliza hacia un nivel de conciencia que nos eleve como humanidad. Las epidemias matan el cuerpo pero no pueden con el alma.
Una pandemia produce horror, pero también aburrimiento, ganas de abrir la puerta y de un portazo dejar atrás el aislamiento. Después de los sentimientos iniciales de terror o de coraje, de pesimismo o de esperanza, de indignidad o de heroísmo, aparece una única emoción: la monotonía. Y parece profético pero Camus también lo describe y seguramente mucho mejor que yo cuando dice: “Al grande y furioso impulso de las primeras semanas había sucedido un decaimiento que hubiera sido erróneo tomar por resignación, pero que no dejaba de ser una especie de consentimiento provisional”.

Hay que mirar más allá, pensando solo en lo humano. Despojarnos de la materialidad que guía nuestras vidas, apostar por el vuelo de una mariposa o un atardecer dorado o una tarde de lluvia tras el cristal. Aborrecer el egoísmo como ese sentimiento que nos arranca nuestra esencia humana. El coronavirus nos está recordando la importancia del contacto físico. El ser humano necesita tocar a sus semejantes, sentir su cercanía. “Los hombres no se pueden pasar sin los hombres”, escribe Camus. Curiosamente, esa necesidad, como muchas, solo se hace visible cuando no la tenemos. “El único medio de hacer que las gentes estén unas con otras es mandarles la peste”. ¿Habrá llegado el Covid-19 para recordarnos que somos gente, humanidad?
Cuando la pandemia (“La peste”) pase, cuando se agote y sea cenizas, cuando ya no parezca ni cruenta ni interminable, el ser humano evocará esos días con temblor, recordando la fragilidad de la vida. Quiero creer que el ser humano será más humano y que habremos aprendido que en el cuenco de una flor está el fruto y que el fruto es la esencia de la vida y que la vida se abrirá paso y que para avanzar no nos necesita como individuos sino como raza “humana”.

Camus afirma que “…hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio”. Yo creo que hay una luz de esperanza en medio de tanta oscuridad, depende de nosotros replicar esa luz y como nuestros primitivos antepasados, reunirnos alrededor de una hoguera, abrazarnos, tocarnos, compartir y festejar. Somos muchos los que estamos seguros que de las cenizas se renace, muchos los que pensamos que una nueva humanidad es posible.



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